
Recuerdo como si fuera ayer, y eso que ha pasado más de una década, el día que mi mujer decidió enseñarme a limpiar la vitrocerámica. Ella era la única que realizaba esa tarea, y yo, que siempre he intentado saber y hacer el máximo de tareas de casa, un buen día animé a mi mujer a que me enseñara. En el fondo era para mi propio beneficio: si yo era capaz de limpiar la vitrocerámica podría ensuciarla cuando me diera la gana y así cocinarme auténticas delicatessens cuando ella no estuviera, sin tener que dar explicaciones después.
Si quieres seguir leyendo pulsa aquí.